lunes, 18 de junio de 2012

Economía en una lección

Como dice Alfredo Pastor parafraseando a Henry Hazlitt, " El arte de la economía consiste en juzgar una medida por lo efectos y evaluar la consecuencias no sólo para un grupo social sino para todos ellos".

Que obvio diríamos todos pero que difícil observarlo con los tiempos que corren

Economía en Una lección, de Alfredo Pastor


Nuestro rescate es el episodio más reciente de una crisis que empezó va para cinco años. Ha ido cambiando de aspecto desde entonces: crisis de las hipotecas basura en EE.UU. (¿quién se acuerda hoy de los activos tóxicos?), pánico financiero con la quiebra de Lehman Brothers, recesión generalizada, y, por fin, crisis de la deuda soberana.
Durante estos cinco años, las políticas aplicadas parecen haber girado en torno a un punto fijo: las deudas se pagan en su integridad. Eso vale tanto para los deudores públicos como para los privados; si estos últimos no pueden responder, debe pagar por ellos el Estado.
Desde este ángulo, la actuación de las autoridades de la zona euro deja de parecernos un cúmulo de vacilaciones y zigzagueos para mostrarse como lo que es: una estrategia dirigida, en primera instancia, a salvaguardar la integridad de la banca acreedora. Así se explica que Irlanda se viera obligada a nacionalizar la totalidad de sus pasivos bancarios; así se explica nuestro rescate, que sólo difiere del irlandés por ser proporcionalmente mucho menor: se trata de convertir al Estado en responsable subsidiario de la deuda privada, o, como se dice a veces, de socializar las pérdidas.
En nuestro caso es una solución profundamente injusta. En la gestación de una burbuja desempeña un papel principal el sistema financiero: sin sistema financiero no hay burbuja, porque la presión compradora que hace posible el aumento del precio de pisos y terrenos se alimenta del crédito. Cuando una burbuja se desvanece, deja tras de sí una montaña de deuda que no se puede pagar con los activos que financió, en nuestro caso con los pisos y terrenos.
Hay, por consiguiente, una pérdida que repartir. Pero ¿cómo explicar a alguien que no ha tenido nada que ver con la burbuja, que no se hubiera beneficiado del crédito, que ha de correr con las pérdidas, que sus mayores impuestos van a pagar a un acreedor con el que nunca ha tenido negocio alguno? ¿No sería más lógico que, sobre todo si se quiere evitar la quiebra de una entidad financiera por los riesgos que puede conllevar, acreedor y deudor acordasen el reparto de la pérdida de acuerdo con sus posibilidades?
A mi entender, la estabilización de los mercados financieros es condición necesaria para el inicio de una recuperación. Por dos motivos: porque hace posible que el crédito fluya hacia las empresas, única fuente de empleo sólido, y porque elimina la incertidumbre de aquellos que ven cuál debe ser la solución a la vez que contemplan cómo los responsables se aplican con todas sus fuerzas a no ponerla en práctica.
Dos condiciones necesarias –y posiblemente suficientes– para esa estabilización son: para la deuda privada, que las pérdidas resultantes de la burbuja inmobiliaria sean digeridas por unos y otros como resultado de una negociación; para la pública, que la deuda soberana de los países de la zona euro esté respaldada por todos los recursos fiscales de la eurozona.
Cuando ambas condiciones se cumplan, las aguas tornarán a su cauce; no lo harán hasta entonces. Mientras tanto, cualquiera que examine las condiciones que nos hemos comprometido a cumplir se quedará algo perplejo, y actuará en consecuencia.
El rescate no es una ayuda, aunque es cierto que nos permite ir tirando durante un tiempo. Es un préstamo otorgado para obligarnos a que, si la banca no puede pagar, sea el Estado quien lo haga. Vendrá con condiciones –reestructuración bancaria, reducción de oficinas…– que nos afectarán, quizá sólo indirectamente. Aunque, de modo algo pueril, se ha pretendido que el rescate no impondrá condiciones que excedan del ámbito del sector financiero, a Mariano Rajoy se le ha escapado decir que el rescate obligará a una “disciplina férrea”. Bienvenida sea, si es para todos.
En 1946, el periodista norteamericano Henry Hazlitt publicó La economía en una lección. “El arte de la economía –decía– consiste en juzgar una medida por sus efectos, no sólo a corto, sino también a largo plazo, y en evaluar sus consecuencias, no sólo para un grupo social, sino para todos ellos”.
La mala política europea –donde han primado intereses, no ya nacionales, sino incluso de partido dentro de cada Estado, sobre los del conjunto– ha engendrado una economía llevada con tan poco arte, que nos seguirá teniendo en la cuerda floja durante un tiempo, no sabemos cuánto. Y eso sabiendo que una solución equitativa al problema actual, que permita una recuperación a la vez que mantener el euro, es la mejor, si consideramos un intervalo de tiempo suficiente, no sólo sino para los países del sur, sino para todos los participantes.
Hazlitt, que era un liberal convencido, nos hubiera suspendido a todos por miopes.
Alfredo Pastor

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